Image Credits: El Comercio / Perú

Por Andrés Feliper Ramírez Rodríguez

 

Otra profunda decepción dejó la selección argentina, y queda en la retina dos imágenes para recordar de este mundial. Por un lado, los ojos de Messi mirando lejos, sin palabras, destrozado por la prensa y cuestionado en su hombría. Y por el otro, un reprochable Dios desprovisto de toda sensibilidad, con ademanes groseros desde su palco personal, en un estado aún desconocido, durmiendo siestas a ratos, privilegio por ser la imagen del mundial, y con el envidiable don de la resurrección. Todo un Dios “maradoniano” con su respectivo comité de aplausos, perdonado en todas sus facetas y oído con especial interés en sus comentarios futbolísticos a media lengua que más parecen presagios extraterrestres.

Extraterrestre como el “pecho frio” de Messi, un hombre más bien mudo, decente, autocritico y auto flagelado. Un “cuasi” argentino que prefiere guardar silencio e ir a compartir su dolor en familia a diferencia del modelo de un Diego gaucho con mirada perdida y presión arterial alta, que prefiere una fiesta con mujeres clandestinas, y embriagar su dolor con alcohol, groserías y pupilas dilatadas porque las cosas de hombres solo se resuelven en la taberna y el descontrol.

Aunque la eterna comparación entre Maradona y Messi es innecesaria e imposible, si se hablara de futbol, se podría lograr a través de los recorridos, pases, rendimiento, pero el problema es que las analogías no se refieren al futbol, se tratan más bien de significaciones. Desde ese punto de vista Maradona significa algo que no puede repetirse, su paso por el fútbol coincidió con el declive del peronismo, el fin de la dictadura, la guerra de las Malvinas y se valora al ser una especie de reencarnación plebeya y nacionalista. Messi no puede ni tiene porque lidiar con esas significaciones. Messi más bien encarna una opción del jugador perfecto para salir de ese marasmo “maradoniano”, ya anacrónico y venido a menos. Aunque suena difícil romper esa la lógica futbolística del aguante, la pasión y los huevos,  Messi no responde a ese modelo, no puede llenar ese espacio. No es plebeyo, no puede llenar el aguante, la garra, los huevos, no es fruto del desgarramiento, no es peronista ni le interesa y no fuma habanos al estilo Fidel. Por ello tiene todas las de perder a pesar de ser el mejor jugador del mundo, en medio de un público adepto más a las significaciones que al futbol por lo que no se le reconoce. Hasta que dice que no quiere jugar más y ahí entra el pánico y se le pondera como el menor jugador del mundo.

Maradona, le cargo una cruz de 10 a Messi hace ya varios años cuando lo declaró su sucesor en su famoso programa del 10. Una cruz que aún no es muy clara en sus significados pero que le ha costado a “Leo” más dudas que certezas, más críticas que admiración y más tristezas que logros. Una cruz que aún no sabemos si fue transmitida del Dios a su discípulo en cuestiones futbolísticas, o se trataba más bien de un lastre de egolatría, de huevos y aguante cargados de estupideces y charlatanería; un mal ejemplo de imponderables cargados de excesos e indisciplina que gracias a dios, a otro dios, a Messi le quedo grande. Una cruz tan grande que le ha costado apodos de pecho frio y que el periodismo deportivo lo ha llevado al terreno de la hombría, poniéndola en duda e instándolo a demostrarla en el terreno de juego.  A Messi le quedó grande la mano de Dios, una mano glorificada por la trampa y la sobrevalorada picardía. Una picardía de la que Leonel adolece y que viene cargada simbólicamente de una especie de sed de venganza alimentada por una guerra llevada al plano del juego, en un momento histórico del que Messi no hizo parte y que no tiene como ni porque reivindicar.

Messi definitivamente no puede ser Maradona, porque las comparaciones se hacen a través del melodrama, el desborde y la pasión. Nunca se podrá ver al 10 del Barcelona vociferando e increpando árbitros y rivales porque para empezar es tímido. Messi no es carismático. Limita su exhibición a lo que el espectáculo global le reclama de manera previsible y con un guion previsto. Cuando habla lo hace con el cuerpo estrictamente en el juego. Es mudo, no habla y por ello le es imposible revelar símbolos nacionales. El plan predilecto de un decadente Diego de groserías para increpar rivales, a Leonel Messi se le ve forzado, dubitativo y salido de contexto. Tiene más rol de un capitán mediador, respetuoso con el juego y con una autoridad distinta inculcada en la “Masia” catalana.

Como lastre adicional Messi es disciplinado, monógamo no usa drogas y no tiene acusaciones por acoso a cuestas. Todo lo contrario, es un producto perfecto de la industria catalana, de la masía del orden irrestricto y la disciplina como valor universal, puro control que lleva ese relato Maradoniano a la clausura. Si bien su calidad futbolística es igualmente excepcional, si no más, su formación esta organizada en torno al famoso tratamiento corporal que recibiera en Barcelona desde sus catorce años lo que lo sustrae de la lógica del potrero y está más bien impregnado de la fábrica europea.

De todas las condiciones de mito que Maradona presentaba Messi tiene solo una. La condición excepcional de su juego. Pero eso es ampliamente suficiente para hablar de futbol y bastante insuficiente para hablar de mitos nacionalistas y narrativas patrióticas. Messi, a diferencia de Maradona, esta desprovisto de desgarramientos y conflictos y de la condición de plebeyo radicalmente popular. Desde ese punto de vista no pudo ni podrá articular ese relato deportivo de la patria. Messi aunque hubiese ganado la copa mundial después de ser goleador, con gol de chilena en la final nunca será más que un buen chico pero nunca un “pibe” de pies descalzos y sucios como Maradona o el mismo “apache” Carlos Tevez. Y aunque hiciera 6 goles contra Inglaterra nunca podría hacerlo 4 años después del conflicto con las Malvinas cuestión imposible de repetir.

Sumado a esto la relación de Maradona con el peronismo no la tiene Messi ni la tendrá además porque no le interesa; parece que no se sabe el himno y hasta le da dolor de cabeza oírlo según revelan algunas imágenes previo al encuentro con Croacia.  Nunca “leo” encarnará ese significado nacional popular, venido de lo humilde porque esta desde los 14 años en España, fuera del potrero y la escuelita lugares clásicos de la fantasía del futbolista argentino encarnado en el “pibe”. Crecieron en contextos distintos, en momentos históricos distintos y como símbolos encarnan imaginarios casi opuestos.  Messi no es de la popular ni puede fingir serlo, no hay hambre ni pobreza en su historia

Messi es irreductible a la lógica del aguante, a la épica de los huevos y el corazón. La cultura futbolística precisa siempre un héroe que funcione en esa serie; encontró a Masherano, que como Messi terminó crucificado al tratar de cumplir ese rol de un Maradona de segundo orden. Jugador excepcional reducido a un esforzado gritón que pone todo y se rompe todo, y al que nadie le reconoce ni le importa su inteligencia táctica o su destreza, por lo que salió quemado a sus 34 años, humillado por Canté y Mbape y con todos los medios argentinos agradeciendo su retiro. Con un fondo dramático de imágenes con cara cortada, ojo morado y sangre bajando por su rostro despidiéndose con la voz entrecortada e intentando pedir perdón. Cómo sostiene Pablo Alabarces, para la reinvención de mitos populares no sirven los jugadores excepcionales.